martes, 10 de enero de 2012

Historias de Galicia en Uruguay (Segunda Parte)


Manuel Losa Rocha. Consuelo Villar. Andrés Pazos. Celestino Pichel Bouzas. Alberto Varela Feijoo. Eduardo Martínez (O’Cañotas). Pepe Castro González. José Lage (Pepe Montoya). Xose María Monterroso Devesa.

Sobre la base del libro Galicia en Uruguay. Ignacio Naón (fotos), Armando Olveira Ramos (investigación y textos). Montevideo, 2009 (versión española). Santiago de Compostela, 2010 (versión gallega).

Al pie de la letra
Don Manuel en la sala de exposición y lectura
de Losa Libros, un centro de referencia
de la cultura gallega en Uruguay, un sitio único
 en Montevideo y un espacio encantador
en el barrio del Cordón. 

(Ignacio Naón, 2009)
Es un hombre fiel. A su patria natal, a la adoptiva, a sus afectos, a sus ideas, a sus principios, pero, fundamentalmente, a la memoria y la cultura de sus antepasados. Manuel Losa Rocha es continuador de una antigua tradición de libreros gallegos, iniciada por José Serrano, el primer editor Rodó, Francisco Vázquez Cores, Manuel Magariños, Manuel Barreiro y Ramos.
Nacido en Santiago de Compostela en 1941, vino de niño a Montevideo. El joven inmigrante comenzó a trabajar como vendedor independiente de una editorial mexicana, hasta que en 1969 fundó M. R. Losa Libros Técnicos, antecedente de Losa Libros. “En los primeros tiempos nuestros clientes eran profesionales y estudiantes de ingeniería, electricidad, electrónica, mecánica, administración En 1978 comenzamos a importar los primeros tomos de informática, actividad en aquel momento pionera en nuestro país”, recuerda.
En 1986  estaba instalado en Colonia 1567, hasta que se mudó al 1551 de la misma calle, esquina Tacuarembó. “Poco a poco se fueron incorporando áreas nuevas: educación y literatura infantil. En 1988 alquilamos el local lindero, donde todavía estamos, para albergar los nuevos temas y para organizar la librería en dos secciones bien diferenciadas”, explica.
En 2006 mantuvo un encuentro fortuito, de más de dos horas, con Patricia, hija de Manuel Ferrol, célebre fotógrafo de la emigración. “Fue un 17 de marzo, en la exposición Galegos, presentada en el Cabildo, que narraba la diáspora de la década del  1950. En plena charla vi una foto y, de pronto, ¡oh sorpresa! Allí estaba el buque Juan de Garay… y ese niño apoyado en la baranda era yo.”
Patricia arrancó a Losa la promesa de que iba a contar sus vivencias de viajero en un homenaje póstumo a su padre, en La Coruña. La breve narración, de ocho páginas, causó tal sensación que lo animó a escribir su primer libro, a los 66 años.
Relato de un emigrante. De Santiago de Compostela a Montevideo, traducido al gallego como Relato dun emigrante, es una autobiografía publicada en abril de 2007, en la que describe su infancia con sentimiento y emotividad; de sus carencias y de su felicidad; de su arraigo y a la vez de su desarraigo, el sufrimiento, la congoja que experimenta casi todo expatriado, en cualquier tiempo y lugar.
“Trato de describir las historias de nuestras instituciones, en especial el Centro Gallego de Montevideo, y aspectos de la vida cotidiana de aquel país que me recibió; de algunos personajes, y de inmigrantes gallegos que por algún motivo se destacaron y tuvieron alguna influencia en la formación de Uruguay y su sociedad”, cuenta Losa.
El vendedor de libros, O vendedor de libros, fue editado en mayo del mismo año, medio siglo después que un amigo hiciera posible que vendiera su primer libro. Fue un 26 de mayo, Día del Libro de 1949, cuando se inició en una profesión apasionante que lo atrapó para siempre. Ese amigo aún ignora, cuán decisivo fue en su vida.
Luego vendría una biografía de una influyente personalidad del galleguismo uruguayo, Don Jesús Canabal Fuentes, hijo predilecto de O Pino, publicado en 2008. Su última obra fue presentada en abril de 2009: Cuatro historias de emigrantes, Catro historias de emigrantes, con relatos sobre la vida de Isidro García García, Eduardo Martínez Filgueiras, O'Cañotas, José Lage Sierra, Pepe Montoya, y Antón Crestar Faraldo.
Así es la vida de aquel niño que sigue con su mirada fija en el puerto, desde la baranda de aquel barco, pero ahora en la tapa de un libro escrito cincuenta y dos años después. El compostelano Manuel Losa Rocha es un entrañable gestor cultural de la inmigración gallega, un apasionado de la literatura y los libros, que se hizo escritor por un hecho fortuito y una fotografía perdida.

Los bellos ojos del teatro
Consuelo Villar, emblema del Patronato,
y apreciada actriz en lengua gallega.
(Ignacio Naón, 2009)
“De niña tenía la fantasía de venir a América. Veía fotos de lugares preciosos, edificios altos, gente elegante, que no había en Tella”, recuerda la hija del pequeño pueblo de Ponteceso, arribada a Montevideo el 26 de agosto 1952, con solo trece años.
Consuelo Villar, la bella coruñesa, de mirada cautivante, vino con su hermana dos años mayor, reclamadas por una tía paterna. Partieron de Vigo, en el barco argentino Yapeyú, en un clima de festejo, que se transformó en fúnebre a mitad de camino, por la muerte de Eva Perón. “Papá no estaba de acuerdo, porque era su preferida, pero me dejó venir. Creo que fue porque  insistí tanto, y porque estaba tan convencida de que iba a hacerme rica, como tantos paisanos. Creía que podía hacerlo, aunque fuera mujer, pero no estaba preparada, porque allá solo me habían enseñado a rezar.”
De la llegada recuerda que ella y su hermana estaban vestidas de verano, y que su tía Carmen las esperó en el puerto con “un tapado negro hermoso”, porque hacía mucho frío. Ella vivía en dos piezas de una casa de inquilinato de la calle Washington. “Fue mi primera desilusión, porque en ese momento me di cuenta que las cosas no eran como había soñado. Estuve seis meses sin trabajar, me alimentaron, me hicieron socia de Casa de Galicia, y me consiguieron un empleo como doméstica en la casa de un médico alemán, en Rio Branco y San José.”
Consuelo no sabía hablar español, porque en su casa de Ponteceso solo se hablaba gallego. “Tenía que llevarles el almuerzo a la cama, respondiéndoles siempre: mande, diga señor o diga señora, y me humillaban mucho por no saber castellano.” En 1961 fue llevada a Buenos Aires para trabajar en la casa de un procurador que vivía en Callao y Lavalle, donde tampoco pasó bien, y fue acogida por un matrimonio lituano que la protegió y la ayudó a volver a Montevideo.
Retornó a Galicia en 1988, después de 36 años sin ver a su familia. “Pensé que nunca iba a volver, porque a pesar de mis sueños juveniles de requiza no tenía dinero para viajar por mi cuenta, pero mi madre me pagó el pasaje. Cuando llegué a Madrid fue un estremecimiento, y de allí a Galicia en tren. Me estaba esperando una viejita con un pañuelo negro en la cabeza, acompañada por una mujer mayor. Era mi mamá, que había dejado de ver cuando ella tenía 38 años, y mi hermana que había visto por última vez con once años. Fue entonces cuando pensé: ¡cuánto tiempo perdido! “ Después volvió tres veces más, la última en 2004.
Consuelo se casó con un inmigrante pontevedrés de Ponteareas, con quien tuvo dos hijas, y con quien pudo comprar una casa, su mayor patrimonio material. Su esposo enfermó de cáncer en 1990, y ella debió cuidarlo día a día. “Pude ver como moría gente en el Instituto de Oncología, abandonada, que comía en latas de duraznos en almíbar porque no tenían plato. Esa experiencia me cambió la vida, me fortaleció.”
Se vinculó con el Patronato de la Cultura Gallega como fiel escucha del programa radial Sempre en Galiza. Desde entonces, es la más popular actriz de teatro en lengua gallega de la colectividad. “Me encanta actuar, quizá por las tristezas pasadas, me gusta que la gente se ría, contar cosas de nuestra tierra, sin agredir. Me gusta hacer de bruja, muchísimo. Tengo algo dentro de mí. Me hubiese gustado hacer teatro profesional.”
-Nunca es tarde -es la respuesta que suele recibir cuando confiesa su vocación.
-No, por favor, ya soy vieja para eso -responde Consuelo, la emblemática actriz del Patronato. La bella coruñesa, de mirada cautivante.

Pazos de la memoria
Andrés Pazos en Subar, célebre punto de
encuentro de artistas en la esquina de
Maldonado y Jackson,
poco antes de regresar a Compostela.
De fondo un afiche de Whisky.
(Ignacio Naón, 2008)
Todo en su vida fue difícil, muy difícil. Una existencia signada por el honor del inmigrante y la dignidad del resistente. Así desde su primer día, un 16 de julio de 1945, en Santiago de Compostela, un lustro antes de la gesta de Maracaná. "Nací en una fecha que marcó mi destino. No podía emigrar a otro sitio que no fuera a Uruguay", afirmaba el actor, maestro de actores.
Arribó a Montevideo en 1952, con sus padres, Aurelio y Prudencia, de la mano de su hermano menor José Antonio. Aquí conoció una escuela laica, aunque fueron curas quienes le subieron al escenario. En 1967 fue llevado a un nuevo desarraigo, Buenos Aires. Allí disfrutó su primer éxito memorable, en el barrio porteño de Pompeya. Por entonces ya no era católico y militaba contra la dictadura de Juan Carlos Onganía. Poco después regresaba a Montevideo, con tres ilusiones. La primera, reencontrarse con el país eternamente democrático. La segunda, casarse con Marta, aquella niña que amaba pero que nunca había sido su novia. La tercera, ingresar a El Galpón, un emblema mayor del arte escénico rioplatense. Pero, en 1973, la noche represiva también oscureció a la Suiza de América. El suyo fue un exilio interior, que suele ser mucho menos glorioso que el destierro, pero, no menos inhumano, ni menos digno. Resistió a la dictadura, como resiste un actor. En el entrañable Teatro La Gaviota estrenó la rebelde Sacco y Vanzetti. Fue un desafío al censor que luego le persiguió, con crueldad y discreción. Tanta, que debió subsistir como vendedor de cosméticos, puerta a puerta, y peluquero a domicilio. Era el precio de la dignidad.
Con el retorno de la democracia, en 1984 también volvió El Galpón, renovado y creativo. Durante ocho años participó en sus principales puestas: El enfermo imaginario, Los veraneantes, Pericles, Artigas general del pueblo. Y recibió premios y distinciones. Entre tantos, más de un Florencio, la estatuilla que recuerda al gran autor nacional.
En 1992 viajó a Santiago por un mes, pero se quedó nueve años, llamado por el resurgimiento del teatro autonómico. Fue Vences de Alén en A Lagarada, de Ramón Otero Pedrayo, dirigido por el catalán Pere Planella. Regresó a Montevideo en 1999, en principio contra su voluntad.
"Las oportunidades llegan cuando no te las esperas", solía repetir, sin mayores aclaraciones, cuando se refería a Whisky, la más notable película del joven cine uruguayo, rodada entre el 5 de mayo y el 28 de agosto de 2003. Su papel fue el protagonista, Jacobo Köller, judío de vida monótona, dueño de una modesta fábrica de medias. Que hizo historia en Cannes.
–¿Te sientes un galleguista? –era la pregunta que le ruborizaba, cuando alguien evocaba su compromiso con el Patronato da Cultura Galega.
"No merezco tanto honor. Galleguista era Castelao, que dio su vida por la dignidad. Solo soy un compostelano con morriña", respondía siempre. Regresó en 2008 a su tierra natal, luego de dejar una marca indeleble en su patria adoptiva. Retornó, para vivir con los suyos. Para morir con los suyos.
(Andrés Pazos falleció en Santiago de Compostela, un mes después de editado el libro Galicia en Uruguay, el 13 de enero de 2010)

No habrá otro como él
Pichel en su casa de Villa Española.
(Ignacio Naón, 2009)
Su apasionado amor por la gaita ha cumplido siete décadas, desde aquella primera vez, a los trece años, cuando besó y acarició con juvenil delicadeza el antiguo instrumento que compartía con su hermano Domingo.
El pontevedrés Celestino Pichel Bouzas, nacido el 17 de noviembre de 1926, en Viascón, una pequeña aldea del ayuntamiento de Cotobade, es un admirado maestro de gaiteros, señalado como el mejor de la emigración gallega en el mundo. El reconocimiento le llegó un 3 de agosto de 1997, en Santiago de Compostela, en una fiesta popular que cubrió de orgullo peregrino la Plaza del Obradoiro.
En Galicia fue carpintero como su padre, Salvador, pero cada domingo era invitado a una fiesta de pueblos cercanos, y no tanto. “Era pequeño cuando tuve el honor de tocar en un 25 de julio compostelano con mis hermanos.” De su madre, Sabina, recuerda que era "una mujer luchadora, por su familia y sus hijos, que lavaba ropa  en el río Cabanelas".
Llegó a Montevideo en el barco francés Laennec, a los 24 años. El viaje fue una verdadera fiesta a bordo, porque Pichel y otro gaitero cruzaron el Atlántico tocando cada día del itinerario. Vino para trabajar como carpintero, pero se enfermó respirando el aserrín. La oportunidad llegó poco después, por un concurso en Casa de Galicia, que ganó con aplausos. Desde hace más de medio siglo es el emblema musical de la mayor institución gallega del mundo. “Aunque estoy retirado, siento que soy parte de mi Casa, a la que le debo todo”, dice, mientras se prepara para dar un breve aturuxo que anuncia la emoción de una muñeira en solo de gaita.
Su estilo es único, de digitación pronunciada, firme, y suave manejo del fuelle al que insufla su singular talento. “No puedo explicarlo, porque me sale naturalmente: lo tengo en la cabeza y el corazón.”
Como maestro tiene un principio. “Cuando aprendes bemoles y sostenidos ya está, puedes lanzarte a tocar.” Lo dice como autodidacta de oído absoluto que puede interpretar cualquier instrumento solo con escuchar sus notas.  Pichel fue pionero en la enseñanza de la gaita a mujeres, en América y el mundo, porque tuvo sus primeras alumnas en la década de 1960. “Llegué a tener una veintena de gaiteras con las que me divertía mucho, porque la gente las miraba, primero con sorpresa, pero luego con admiración. Muchas de ella tocan muy bien.”
Recuerda con especial cariño a las hermanas Doldán, por su perseverancia y dedicación, y por la entrañable relación que tuvo con Manuel, su padre. “Fue un gran amigo y un gran comerciante, propietario del bar Brasil, de avenida Brasil y Brito del Pino. Por Don Manuel tuve un kiosco de diarios y revistas, que quedaba en la puerta de su negocio. Un día me lo ofreció, pero yo no tenía plata. Pero Doldán insistió. Me citó al día siguiente, para arreglar un pago a muy largo plazo.” Celestino se jubiló de vendedor de diarios y revistas en 1990. “Los viernes, sábados y domingos me iba derecho de los bailes al quiosco. Era un esfuerzo pero me encantaba, porque me fue muy bien, y porque fui canillita como otro pontevedrés: Adrián Troitiño.”
El sucesor del gran maestro es Carlos González, su alumno predilecto, hijo de un amigo gallego con el compartió su primera experiencia orquestal, la Hispano Oriental, en la que interpretaba el saxofón. Luego dirigió tres grupos inolvidables: Pichel y sus Caribes, Gaiteros de Cotobade, y los célebres Gaiteros de Pichel. “Estaba en la Quinta de Galicia, todos los domingos. ¡Si se habrán formado parejas en mi pista!”
En la década de 1960 llegó a tener una agrupación de 25 músicos que desfilaban en las memorables romerías por 18 de Julio, cada 12 de octubre. “Arrancábamos en la Plaza Independencia, hacíamos una parada en el Entrevero y llegábamos hasta la Intendencia. ¡Cómo sonaban nuestras gaitas!”
De sus colegas de aquella época de oro recuerda a José Villaverde y Manuel Botana. “Ellos eran muy buenos, pero yo no era chambón”, afirma convencido, al tiempo que lo demuestra con unas notas del Himno de Galicia, que ejecuta respetuosamente, de pie.
“Pichel es un símbolo de la cultura gallega en nuestro país. No hubo, ni habrá otro gaitero igual”, afirma Ismael Martínez, el erudito bibliotecario de Casa de Galicia, en una emocionada semblanza.

El nacimiento de una pasión
Alberto Varela Feijoo y esposa
en su residencia de Carrasco.
(Ignacio Naón, 2009)
El médico eminente, es un talentoso fotógrafo aficionado, escritor de sus aventuras sin descanso, motociclista empedernido, enamorado del recuerdo de su romántica bicicleta Peugeot de 1927 con la que recorrió Galicia. Alberto Varela Feijóo es un referente de la ginecología uruguaya, con medido siglo de notable ejercicio profesional distinguido por la Academia Nacional de Medicina y el Sindicato Médico del Uruguay.
Nacido en Santiago de Compostela, en 1918, su padre, Teodoro Varela Radio, ingeniero de minas, inspector de trabajo y magistrado del Tribunal Supremo de España, era hermano de dos memorables emigrantes gallegos a Montevideo: José fue fundador de la ferretería Varela Radío y de la fábrica de esmaltados SUE; Ramón fue socio del pionero y presidente del Banco Español.
El compostelano pasó su niñez entre la residencia familiar, idas a Padrón y veranos en la playa de Noya, de visita a su inolvidable tía Andrea, que crió a su padre y vivió 101 años. Realizó la secundaria en la Institución  Libre de Enseñanza de Madrid, donde fue alumno de Pío Baroja, quien solía desprestigiar la profesión médica que había ejercido por un tiempo, mientras novelaba muchas de las historias que publicó en su Árbol de las ciencias. Baroja le dedicó un ejemplar al joven que disfrutaba aquel ambiente culto, entre discusiones del escritor vasco con sus colegas José Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno.
En 1936 se fue becado a Alemania, para perfeccionar la lengua aprendida por una formación familiar germanófila. Allí vivió la experiencia más estremecedora de su vida. “Estaba en el Stadium de Berlín, a pocos metros del Hitler, el día que Jesse Owens ganó una de sus cuatro medallas de oro en los Juegos Olímpicos de ese año, saltando en largo 8.06 metros. Presencié de cerca, la salida furiosa del Fuhrer nazi y su estado mayor, para no estrechar la mano de un negro.” Ese mismo año revalidó su bachillerato en Francia, para cursar el preparatorio en Medicina, en 1938 obtuvo el Certificado de Biología General en la Sorbona de París, y en 1939 el Certificado de Etnología de la célebre universidad.
En 1940 arribó a Montevideo para estudiar Medicina en una facultad que por entonces era admirada en el continente. En 1949 se graduó como médico cirujano y fue admitido como asistente en el Servicio de Ginecotocología del insigne profesor Juan José Crottogini, para luego iniciar su carrera como ginecólogo de Casa de Galicia.
Fue jefe de la Maternidad del Hospital Británico, becado por el British Council, para realizar un curso de en centros ginecológicos y obstétricos de Londres. Allí trabajó más de cuatro décadas, al tiempo que recorría el mundo como médico de la compañía de aviación Iberia, hasta su retiro en 1993, a los 75 años.
“Parece mentira, pero desde niño, siempre he sido extranjero, o si se quiere forastero. Viviendo en Santiago, íbamos a Madrid, a visitar a la abuela, donde se burlaban de mi acento gallego; pero cuando regresaba a casa imitaban mi tonada castellana adquirida. En Alemania se notaba a la legua que no era de allí, en un país que sufría de xenofobia. Luego me fui a Francia, cuando estalló la Revolución Española, y en la Sorbona me decían que tenía acento más inglés que español. Cuando llegué a Montevideo, el primer regalo que recibí fue un apodo: Gallego. En los hospitales británicos siempre tuve problemas con el inglés, y para colmo, en esa época viajé al continente con mi Ford Cónsul convertible, que tano me gustaba. Fue en Compostela que unos jovencitos, al ver mi matrícula inglesa me gritaban furiosos: devuélvannos Gibraltar". Aquella tarde inolvidable, el insigne médico compostelano se bajó riendo  y con una sonrisa trató de explicarles algo, difícil de explicar.

O’Cañotas
O'Cañotas entre sus
esculturas en madera.
(Ignacio Naón, 2009)
Es un seudónimo que acompaña al gran escultor coruñés desde su nacimiento, el 15 de junio de 1926, en la parroquia Santa María de Argalo, ayuntamiento de Noia, en la ría de Muros y Noia. “Mi nombre artístico se debe a un episodio de niño, cuando por encubrir un robo de verduras con  amigos tuve que soportar una tirón de orejas  del dueño de la huerta, pero  a  su mujer le dio tanta lástima que le rogaba a su marido que no me castigara más. No le tires de las orejas, ¡no ves que es duro como O´Cañotas!”, suplicaba ella, haciendo referencia a la parte que queda debajo de un árbol cortado, justo antes de las raíces cuando se corta. De esta forma dejó de ser Eduardo Martínez, de una vez y para siempre, aún en la ceremonia de casamiento con Ramona Blanco Hermo, nacida  en la parroquia Santa Cristina de Barro, su compañera de toda la vida con la que tiene una hija y un hijo: Concepción y  Camilo.
El coruñés emigró a Río de Janeiro en 1951, pero no soportó el clima y encima le llegaban buenas noticias de Uruguay. Así fue que ingresó clandestino por el norte del país, para llegar a Montevideo en 1953. Comenzó a trabajar como carpintero a los 35 años en la empresa de Juan Carlos Nogués, hijo de un gallego de Vigo. Poco después consiguió  la documentación necesaria para reclamar a su familia en 1955, cuando los hijos tenían edad de preescolares.
Su carrera como escultor y escritor autodidacta se inició en  1988, cuando se jubiló. Tiene  más de 37 tallas donadas a instituciones gallegas de Uruguay y culturales  de Galicia, Una muy especial, ubicada en la Casa de la Cultura Antón Avilés de Taramancos de Sierra de Outes, muy cerca de su Noia natal.
“Mi intención como escultor, no es crear obras de arte, sino  por un lado rendirle homenaje a muchas personas de la cultura y de la política gallega  a las que conocí, viviendo en Uruguay. Y por otra, para despertar el interés de sus paisanos, para que se instruyan.”
Regresó siete veces a  Galicia, la primera en 1979, por un regalo de su hijo Camilo, transformado hoy en un catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad de la República. “Soy diestro para trabajar, ambidiestro diría, pero soy zurdo para pensar,  medio anarquista de ideas,  admiro a Castelao y a Antón Aviles de Taramancos, el gran escritor coruñés que leo cada día de mi vida”, cuenta O’Cañotas con la más gallega testarudez, con la más coruñesa emoción.

Tallar, narrar, trascender
Pepe Castro en la Rambla
Sur de Montevideo.
(Ignacio Naón, 2009)
“Cuando mi hermano regresaba de la guerra, yo nacía”, recuerda el pontevedrés José Castro González, venido al mundo el 18 de abril de 1939, en Bueu, un pueblito de pescadores del norte de la península del Morrazo. De niño aprendió carpintería artesanal con sus dos hermanos mayores, que fueron sus mejores maestros y los primeros emigrantes al Uruguay, que luego lo reclamaron en 1956. Mientras aguardaba el llamado del mar, estudió dibujo y acuarela en un taller vigués que despertó su vocación plástica. “Desde muy pequeño me sentí cercano al arte. Un día caminando por Bueu, pasé frente a una
ferretería y vi una caja con acuarelas. Quedé maravillado. El dueño, que era vecino, me dijo que me las llevara y que se las pagara como pudiera.” Pepe llegó a su casa entusiasmado, dispuesto a pintar sus paisajes más queridos, pero se dio cuenta que no tenía papel, porque su familia era muy pobre. Fue cuando comenzó a colorear sobre envoltorios marrones.
El joven no había cumplido 17 años cuando llegó solo a Montevideo, en el Laennec, un barco de pasajeros de bandera francesa. Fue una peripecia inolvidable, de cielos ajenos, olas inhóspitas, y de sueños de riqueza en un mundo nuevo compartido con tantos paisanos. En la capital uruguaya trabajó en una fábrica de sillas y sillones, y en 1965 se asoció con sus hermanos en una carpintería de Colón, que con el tiempo fue toda suya. Al mismo tiempo estudiaba historia del arte, pintura en sus diferentes técnicas: pastel, acuarela, óleo, carbonilla y tinta china, dibujo artístico y técnico. Su conocimiento de la madera lo llevó a dedicarse a la escultura en este noble material, con un entusiasmo que lo impulsó a visitar los principales museos de arte de Europa, cuando volvió a Galicia por única vez, en 1980.
Los principales políticos uruguayos de fines
del siglo pasado fueron tallados por Castro.
(Ignacio Naón, 2009)
Esa vida entre dos pasiones duró hasta 2002, cuando se mudó a Santa Lucía para sumar una tercera: la  tarea agropecuaria “de sol a sol”, nunca menos de doce horas al día. Su intensa creatividad sorprendió en una exposición de la emblemática tienda London París, en el Museo del Gaucho, en una muestra del Club Español, organizada en 2005 por la embajada hispana, en el Museo Departamental de San José, y en 2009, en la Galería Sur de Punta del Este.
“Sancho, todos dicen que estoy loco”, “Homenaje a Pilar”, “Tradición”, “Torres gemelas”, “Tótem”, “Gente trepando”, “Dous amores”, “Recuerdos del 2002”, “Torre de Babel”, “Anaconda”, “Destapando la capilla”, “Arca de Noé”, “Historia de la inhumanidad” , “Celtas y Vikingos”, “Historias y recuerdos”, “Desembarco”, “Tierra, mar y cielo”, “Mundo”. Son algunas de sus obras, entre ellas enlazadas por un concepto que guía su vida: “Las esculturas deben
contar historias, deben transcender”, afirma convencido Pepe Castro.


Un gallego de dos mundos
Pepe Monterroso con la rambla del
Parque Rodó vista desde el living
de su apartamento montevideano.
(Ignacio Naón, 2009)
José María Monterroso  Devesa  pasa seis meses en  su Coruña natal y seis meses en su Montevideo vital. “Lo hago por una razón muy simple. Me quedo con lo mejor de mis dos patrias: hace más de quince años que evito el frío y la humedad.” El niño inmigrante se crió en el Tacuarembó de sus ancestros, en el lejano norte uruguayo, y recién "descubrió"  su Galicia ancestral  a los veinte años, cuando retornó como repatriado.
Es un notorio activista en favor de la cultura y la lengua gallega, en libros, periódicos,  espacios radiales y conferencias, y por su compromiso con la política autonómica. Pianista, poeta, gestor cultural, apasionado por la filología y la onomástica, es un sensible investigador de  la genealogía de las familias gallegas que, desde el siglo XVIII, crearon estirpes en la Argentina y Uruguay.
Fue fundador de la Asociación de Escritores en Lengua Gallega y de la Asociación Gallega de la Lengua, y es socio activo del  Instituto de Estudios Genealógicos del Uruguay. Recibió premios en ambos lados del Atlántico, dos por siempre recordados: Feria del Libro da Coruña (1993) y Vieira de Prata del Patronato de la Cultura Gallega (Montevideo, 2004).
Su obra recorre todos los temas de la emigración gallega: Cara ó lonxe, noite adiante (poesía, 1973)¸ As ruas da cruña (democratizaçom e galeguizaçom do nomenclátor, sem assinar) (1978); O galego hoxe (colectiva, 1978); Nau enfeitizada (poesía, 1979); Galego e galeguismo (antología, 1979); De amor e desamor (I y II, colectiva, 1984 y 1985); Sobre o portunhol (colectiva, 1986); O tema da emigración no Castelao gráfico (premio Jesús Canabal, Montevideo, 1987); Memoria de Tacuarembó (poesía, Montevideo, 1987); Apelidos galegos (1990); O cemiterio de Santo Amaro, A Corunha (1992); Apeligos Galego-Portugueses no mundo (colectiva, 1993); Aquela Luz (poesía, 1997); Casamientos en la vieja Coruña (1999); La onomástica como auxiliar de la Genealogía (Buenos Aires, 1999); Seis familias de Tacuarembó (2000), Mil e pico de nomes galegos do Uruguai (2009).

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