miércoles, 11 de enero de 2012

Historias de Galicia en Uruguay (Tercera Parte)

Manuel Touriño. Toni de Searez. Siempre en Galicia. Leopoldo Novoa. Xesus Gómez Miño. Ángel Tito Paz. Luis Sequeira. Bolo Celta. Elvira Figueiras. José María García. Primer Museo Gallego. Juan Bouza Martínez.

Sobre la base del libro Galicia en Uruguay. Ignacio Naón (fotos), Armando Olveira Ramos (investigación y textos). Montevideo, 2009 (versión española). Santiago de Compostela, 2010 (versión gallega).

Gallego, de nombre gallego
Manuel Touriño es el gallego a 
quien le canta Alfredo Zitarrosa. 
El gran trovador le escribió un 
tema memorable, que siempre 
quiso, pero nunca pudo,
 grabar con él a dúo.
(Ignacio Naón, 2009)
25 de diciembre de 1972. Poco antes del mediodía, el almuerzo de Navidad de Manuel Touriño fue interrumpido por un desconocido que tocó a la puerta de su cantina de Lima y Piedra Alta. Era un hombre delgado, de mirada triste. 
–Perdone amigo, necesito tomar algo, pero los boliches están todos cerrados. –¿No me sirve un Espinillar?
El pontevedrés disfrutaba de uno de sus pocos días de descanso, pero, lo vio tan solo, que sintió pena. Lo invitó a la íntima reunión familiar.
–No amigo, solo sírvame en una mesa aparte. No quiero molestar.
Pero no fue molestia. Mientras el visitante gozaba del alcohol, Manuel comenzó a entonar en gallego, evocando los paisajes de su Agudelo natal, al que jamás había regresado. Fueron diez canciones, que dijo con profunda emoción. Pero fue con su preferida, Polo mar abaixo, que el desconocido se paró, aplaudió, y pidió un bis. 
Finalmente, luego de vaciar la botella, y tomarse alguna otra, aquel hombre de mirada triste, se presentó. 
–Soy Alfredo Zitarrosa, amigo, y con esa voz vamos  cantar juntos.
Manuel primero se sorprendió, pero, pronto se conmovió. Se despidieron con un fuerte abrazo, y una promesa. Zitarrosa vivía en la calle Lima, frente a la cantina. Antes de cada actuación, invitaba a sus colegas a comer a «lo de Manolo». Por allí pasaron todos, los más famosos y los menos famosos, uruguayos y extranjeros. Siempre con un aplauso final.
Cuando estaba muy triste, o muy alegre, cuando se iba de viaje, o regresaba. Zitarrosa solía cumplir con el mismo rito. Lo invitaba a su casa a comer un churrasco, aunque, en realidad, era para que le cantara en gallego. 
Manuel Touriño llegó a Montevideo en 1950, poco después "reclamó" a sus hermanos, José y Emilio, con quienes comparte un amor filial por el Centro Alma Gallega, y a Ramón, que luego vivió y murió en Australia. En 1974, recibió un regalo de Zitarrosa, irrepetible, indeleble. Que cambiaría su vida. Un poema muy sencillo, que es canción memorable.

Para vos, Manolo
Gallego, de nombre gallego
junta dinero y parece un dotor.
Gallego, cabeza de hormiga 
junta fatigas en el corazón. 
Polo mar abaixo vai unha troita de pé
corre que te corre ¡quen a puidera coller!
¡quen a puidera coller!
¡quen a puidera coller!
polo mar abaixo vai unha troita de pé. 
Gallego, cachila y sombrero
sos extranjero, tanto como yo.
Manolo, no te sientas solo
suda a tu modo, tu humilde sudor.  
Túa nai non o ten e teu pai non cho da
¿e de donde che sai? De teu trai la la lá
de teu trai la la lá
de teu trai la la lá
túa nai non o ten e teu pai non cho da.
Gallego, duro compañero
no hay bolichero que cante mejor.
Las rías, que amó Rosalía
cantan folías y son para vos. 
Polo mar abaixo vai unha troita de pe... 
corre que te corre ¡quen a puidera coller! 
Te juego un truco y te gano Manolito... 

Toni de Seares
Toni de Seares, conductor de
Siempre en Galicia, la audición en
lengua gallega más antigua
del mundo, que se emite
por CX 12 Oriental.
(Ignacio Naón, 2009)
“¡Buenos días, gallegos! Aquí Siempre en Galicia, audición radial al servicio del arte y la cultura del pueblo gallego, que todos los domingos a las nueve y media de la mañana es trasmitida por la onda amiga de CX 16 Carve de Montevideo.”
Desde hace más de seis décadas, la voz emocionada del lucense Manuel Meilán, sigue abriendo el programa más antiguo del mundo en lengua gallega, creado un 3 de setiembre de 1950, pocos meses después de la muerte de Alfonso Rodríguez Castelao y cuando los uruguayos aún festejaban la gesta de Maracaná.
La idea fue de Alfredo Somoza, ex diputado republicano y exiliado coruñés, a quien siguieron otros notables galleguistas de Montevideo: Xesús Canabal, Pedro Couceiro, Antón Crestar, Emilio Pita, Manuel Leiras, Luis Tobío y el entrañable Manolo Meilán. Ellos nunca imaginaron la inusual permanencia de aquella iniciativa concebida para “henchir de galleguismo a las tierras rioplatenses”. Su nombre evoca al ensayo político Sempre en Galiza, emblema del nacionalismo gallego, que Castelao había editado el 10 de marzo de 1944, en su exilio de Buenos Aires.
Los fundadores eran redactores, locutores, y también pagaban el espacio de cada domingo en Carve, una histórica emisora que durante décadas trasmitió sus ideales, a lo largo y lo ancho del territorio uruguayo, también a Buenos Aires, el litoral argentino y el sur del Brasil.
Aquel primer domingo la audición fue abierta con una interpretación al piano de la conocida Muñeira da Chantada, por el poeta Emilio Pita.  Su estructura sigue siendo semejante al formato original: un tema musical con gaita, el editorial y pequeños comentarios sobre la lengua, historia, geografía, noticias culturales, cuando escaseaban las publicaciones en gallego y cuando la cultura estaba prohibida en Galicia. En la década de 1950 el programa era tan popular, que según registros de Carve, era escuchado por 300.000 personas al año, y hasta el final de la dictadura franquista, jamás bajó del cuarto de millón de oyentes, a pesar de las presiones del régimen.
Basta un repaso de sus colaboradores en el mundo, para comprender su notable influencia intelectual. Desde Galicia, llegaban las voces y los escritos de Ramón Otero Pedrayo, Ramón Piñero, Sebastián Martínez Risco, Ricardo Carballo Calero, Xoaquín Lorenzo, Xesús Filgueira Valverde, Francisco Fernández del Riego, Manuel Espiña, Xesús Alonso Montero, Manuel Chamoso Lamas, Agustín Sixto Seco. Desde la cercana Buenos Aires, recibía colaboraciones de Luis Seoane, Rodolfo Prada, Xosé Núñez Búa, Antonio Alonso Ríos, y desde Estados Unidos escribían: E. Alonso López y Xerardo Álvarez Gallego.
En 1980, con motivo de sus tres décadas, la audición fue escuchada en directo por primera vez en Galicia, por medio de Radio Nacional de España en La Coruña, y también recibió al presidente del Parlamento de Galicia y al consejero de Cultura, que estuvieron en los estudios para celebrar sus cuatro décadas. Por entonces, la conducción cambiaba de voz, el fundador Manolo Meilán pasaba la responsabilidad a su colaborador Toni de Searez, y en 2006 se mudaba a CX 12 Oriental. En la actualidad es conducido también por Ana María Lorenzo, presidenta del Patronato de la Cultura Gallega.
“La historia de Siempre en Galicia forma parte inseparable del patrimonio cultural del gallego emigrado y sus lúcidos fundadores, sabían, ciertamente, que el éxito estaba en la permanencia, en sostener el galleguismo hasta que en Galicia llegasen tiempos mejores. Hubo que aguadar 35 años para que Galicia tuviese una radio en gallego”, afirma el escritor coruñés Manuel Suárez Suárez, fundador del Patronato de la Cultura Gallega, que vivió más de dos décadas en Montevideo

Abstraído en formas y colores
Leopoldo Novoa en su última 
visita a Montevideo, cuando fue 
declarado Ciudadano Ilustre.
(Ignacio Naón, 2008)
Con solo siete años, recién llegado desde su Pontevedra natal, cruzaba a caballo la Pampa argentina para ir a la escuela. Aquellas extensiones inmensas, casi infinitas a los ojos del niño,  inspiran su obra, desde siempre, con la presencia del espacio vacío. Al estallar la Guerra Civil se exilió con su familia en Montevideo, donde fundó la revista Apex, en la que colaboraron, entre tantos, Joaquín Torres García, Juan Carlos Onetti, Juana de Ibarbourou. "Mi formación cultural es absolutamente uruguaya. Cuando me fui allí, era el último país vivible, con libertad y una gran cultura", evoca Leopoldo Novoa. En Buenos Aires conoció al notable artista Luis Seoane, y a otros galleguista que influyeron en su sensibilidad, mientras le solicitaban artículos e ilustraciones para la memorable Galicia emigrante. En Uruguay su presencia es demasiado notoria como para ser olvidada, aunque se fue del país hace casi medio siglo. Su mural del estadio Luis Trócoli, del Club Atlético Cerro, es un ícono del abstracto nacional.
“Creo que mi espíritu de aventura, es gallego, si, pero también es uruguayo. Gallegos y uruguayos, y yo siento que soy de ambos, somos emigrantes por naturaleza. Nos gusta salir, conocer el planeta. Cada tanto, empezar una nueva vida. No siempre lo conseguimos, pero, por lo menos, lo intentamos alguna vez. Nos une el Atlántico, que tantas veces recorrimos, detrás de una vida mejor. Pero, también se parecen mucho las sensibilidades de los pueblos del Cantábrico y el Río de la Plata. Siempre de frente al mar.
Nací en Galicia, pero mi padre era uruguayo, porque mi abuelo pontevedrés un día emigró a Uruguay. Mi abuela era criolla, pero de Cuba, entonces, tengo dos abuelos cubanos y dos pontevedreses. Los Novoa somos una familia de mucha presencia en Pontevedra, aunque los vascos sigan diciendo que mi apellido es de ellos. Somos Novoa con “v”, gallegos de muchas generaciones.” 
Los Novoa tienen una celebridad mayor. Un pariente marino, de la Edad Media, que trabajó para el rey de Portugal. Yañez de Novoa (para los portugueses João da Nova Castelia) fue alcalde de Lisboa, jefe de la Tercera Expedición Portuguesa a las Indias, descubridor de las islas de Asención y Santa Helena, donde fue a parar Napoleón. Era orensano, pero cuando le quemaron el feudo de Maceda, se fue a trabajar para la armada lusitana. Hasta tiene una isla en el Índico, que se llama Juan de Nova en su honor.
El pintor y escultor vive entre su casa rural pontevedresa de Armenteira y París. Sus obras, caracterizadas por la búsqueda de una tercera dimensión, se han exhibido en Estados Unidos, Europa, Asia y América Latina. Retorna cada dos años a Montevideo. “Me la paso recibiendo homenajes de mis amigos, que no merezco, y que solo acepto como un tributo a la inmigración gallega”, responde con su biológica timidez. 

En la casa de la libertad
Xesus Miño en el hogar 
de sus sueños solidarios: 
el Palacio Legislativo.
(Ignacio Naón, 2009)
El ferrolés Xesus Gómez Miño tiene una historia de amor para contar. Pocos años atrás, su esposa Graciela, agonizante en el lecho gallego, le suplicó que sus cenizas fueran esparcidas en dos orillas unidas por el Atlántico: en la Doniños de las Rías Altas  y en la Punta Carretas rioplatense. La pareja había llegado por primera vez a Uruguay en 2006, por motivos puramente electorales, como militantes del Bloque Nacionalista Gallego, pero se fueron quedando, aquerenciados en el barrio del Cordón. 
Graciela retornó a Ferrol cuando se sintió gravemente enferma, acompañada por su marido, con la promesa de cumplir el deseo de un eterno descanso en dos tierras. Xesus regresó a Montevideo, para cumplir un  homenaje amoroso a su memoria. Desde entonces es el Galeguayo, un apodo reconocible en los más diversos ámbitos sociales, políticos y culturales de su patria adoptiva. También es un neologismo que describe un profundo amor por su pasado gallego, y por su presente uruguayo.
Miño es activista de los derechos humanos y asesor de migraciones de la bancada del Frente Amplio en la Cámara de Representantes. Su ámbito de trabajo es el Palacio Legislativo, un símbolo mayor del paisaje montevideano y un patrimonio monumental que inspira ideales colectivos: libertad, igualdad y cultura. Escalinatas, columnas, tímpanos, bajorrelieves y una cosecha escultórica de mármoles nacionales, se integran en el histórico edificio, al que el Galeguayo, llega cada día caminando, como buen gallego.
“Montevideo es la capital de la Galicia ideal, dijo en alguna oportunidad Don Daniel, nuestro prócer Castelao, mientras admiraba el Parlamento de un país que nos recibe con entrañable hospitalidad. Acá me encuentro como en casa. En ningún lugar del mundo fuera de Galicia uno está como aquí", afirma Miño, mientras recorre con naturalidad los pasillos del Palacio. La espléndida casa del pueblo uruguayo, y el hogar de su libertad. 

Bolo que salta, es celta
Dos destacados jugadores de
bolo celta de Valle Miñor:
el experimentado Ángel Tito

Paz y el joven Luisito Sequeira.
(Ignacio Naón, 2009)
Cuentan que el primer emperador romano, Octavio Augusto, de recorrida por sus dominios del confín ibérico, se sorprendió con la destreza y la fuerza de sus esclavos de la Gallaecia. Ellos disputaban un juego en el que debían lanzar lejos unos pequeños conos de madera, pegándoles con una bola. Cuentan que lo intentó, pero su débil naturaleza no le permitió, siquiera, moverlos a más de un par de metros. La crónica demuestra que el bolo celta, además de autóctono, venció las peores condiciones de sometimiento y aculturación.
A este deporte gallego se juega también en Asturias, Cantabria, País Vasco, Madrid y el Obidos portugués, aunque sólo en el valle del río Miñor –Baiona, Gondomar y Nigrán– conserva toda su pureza ancestral. La inmigración lo trajo a la Argentina, Uruguay, Chile, Cuba y México, pero en Montevideo y Buenos Aires se disputa el clásico de los Valle Miñor. La mayor fiesta de esta entrañable disciplina, fuera de Galicia.
"Las reglas se transmiten de generación en generación. A mí me las enseño mi padre que lo aprendió desde niño en nuestra aldea de Gondomar, y que recordaba disfrutando a su padre y a su abuelo", evoca Ángel Tito Paz, el jugador más conocido del país, dentro y fuera de fronteras. 
El bolo celta fue introducido a principios de la década de 1940, cuando un grupo de amigos comenzó a sanar sus morriñas en los fondos de la casa de Vázquez Verdía, en la calle Jackson. Ellos fueron los pioneros: Manuel Piñeiro, Gonzalo Fajo Alonso, Ángel y Francisco Misa Misa, Manuel García, Máximo Lobato, José Veloso y Ángel Páez.
"Necesitas fuerza, precisión y estrategia, por partes iguales. Aunque a simple vista parezca medio bruto, sin inteligencia jamás podrás ganar", asegura Luís Sequeira, de 27 años, el más joven de los catorce afiliados a la Federación Uruguaya de Bolo Celta. Luisito comenzó a jugar por una gran causalidad. Luisa, su madre, es cantinera y símbolo del Valle Miñor, el querido club donde nació y donde pasa buena parte de su vida.

Doña Elvira
La coruñesa Elvira Figueiras
y su esposo Agustín Castiñeira
en la casa del barrio Cordón.
(Ignacio Naón, 2009)
Ella nació en la comarca de Bergantiños, el 4 de noviembre de 1923, hija de Manuel Figueiras y María Amado Barreira, y nieta de Marcelino Figueiras y Juana Castro. En su pueblo era labradora y ama de casa, casada un sábado de carnaval con Agustín Castiñeira Figueiras, nacido el 24 de setiembre 1925, de profesión zoqueiro.
Marcelino, el abuelo de Elvira, era un emprendedor de aquellos, que forestó  sus tierras y vendía madera que embarcaba en un pequeño muelle de Ponteceso frente a la casa de Eduardo Pondal. Entre sus iniciativas se destaca la funeraria Santa Lucía, que aún existe con filiales en el mundo entero.  Durante un viaje del visionario  Marcelino a Uruguay con su esposa Juana, nació Manuel quien trabajó muy cerca del presidente José Batlle y Ordóñez. Era  mayor, ya casado, cuando se interesó por las tierras de su padre en Galicia. Aunque los parientes le respondieron con evasivas, se decidió a viajar a Bergantiños y se encontró con una fortuna en bienes raíces. 
Elvira Figueiras estaba casada con Agustín, cuando sus padres regresaron a Montevideo, mientras ellos se quedaron en las tierras coruñesas, donde ya tenían a sus dos hijas: Dolores y María Teresa. Pero la pareja se cansó de trabajar por nada. En 1970 se decidieron a emigrar a Montevideo, en un periplo de más de veinte días de cielo y mar, en el barco Juan de Garay. Ambos eran analfabetos. Elvira comenzó a trabajar en casa de la familia Balbi con quien la une una amistad que perdura hasta hoy y Agustín en la empresa de construcción  Varela.
Poco después Agustín quiso volver a Galicia, repatriado, pero la familia Balbi los ayudó  a comprar un local donde pusieron un negocio de  zapatería, compostura y venta, "La Flor de Galicia", muy próspero y floreciente, allá por 1980. Para poder llevar los cuadernos de su empresa aprendieron a leer y escribir en el Patronato da Cultura Galega y desde allí, Elvira inició contactos con las instituciones gallegas.
Somos socios de Casa de Galicia desde el día que pisamos esta tierra, nosotros y nuestras  dos hijas. Las chicas participaron de los cuerpos de baile de la institución y aprendieron a tocar gaita. Lo hermoso de la anécdota es que Agustín las llevaba con su camioneta Ford”, recuerda Elvira.
“Tuvimos  chacra con animales, que vendimos cuando nos jubilamos de la Flor de Galicia, pero nunca dejamos de vivir en el mismo local. Estamos eternamente a la Casa de Galicia, nuestro segundo hogar”,  comenta  la emprendedora coruñesa, mientras ensaya unos pasos de baile galego.

De remendón a ortopedista
José María García, ortopedista, 
filántropo,  gestor cultural, en el 
Primer Museo Gallego del Uruguay.
(Ignacio Naón, 2009)
Nacido en la comarca de Bergantiños, el coruñés José María García Álvarez arribó a Montevideo en 1957, con su hermano y un único deseo: emplearse como peón rural, una actividad que nunca realizó.   Su primer trabajo en la capital uruguaya fue de zapatero remendón, un oficio que conocía desde los nueve años. Así se instaló en una casa ubicada en Chaná 2145, pleno barrio del Cordón. Con esfuerzo y sacrificio, trabajaba para los vecinos de la zona.
Enfrente a su taller vivía Norma, la secretaria del médico Joaquín Caritat, un verdadera celebridad científica del país y mecenas de obras de bien público. La mujer  le mostró unos zapatos de su sobrino, un niño que padecía poliomielitis y necesitaba un calzado especial que le fabricaba un ortopedista que había emigrado a Italia. Conmovido y decidido a solucionar el problema, José María recorrió la tradicional feria de Tristán Narvaja, en busca de hormas número 29.
Su idea era, tomando los zapatos viejos del niño, adaptarlos sobre la horma nueva. Sorprendido por la calidad del trabajo, Caritat le preguntó a su secretaría por el artesano. "Los hizo el galleguito de la esquina de mi casa”, respondió ella. De inmediato, el médico lo citó a su consultorio. Pero José María no fue va a verlo. Un buen día, paró frente al taller un Chevrolet del 56. Su conductor bajó, golpeó la puerta de su casa, preguntando por el señor García. Se presentó como el “Doctor Caritat” y le dijo sin muchas vueltas: "vi los zapatos que le hizo al sobrino de Norma, están muy bien, pero se pueden hacer mejor”. García le respondió: “mire doctor yo no soy ortopédico, sólo los copié. Caritat le enseñó el oficio de ortopedista. José María tomaba clases todos los martes de mañana en el Hospital Pereira Rosell, hasta el año 1973. Mientras, seguía trabajando en su taller y poco a poco fue creciendo como comerciante. Dos años después tenía a su cargo a cinco empleados y comenzaba a formar esa gran tradición que es "Bergantiños, la ortopedia de los niños", que ahora dirige con sus dos hijos, Marcelo y Fernando, los primeros técnicos ortopedistas diplomados en el Río de la Plata.
José María tiene otra pasión: su Museo Gallego, el primero del país, y de los más completos de América del Sur. Desde hace más de dos décadas preserva objetos de su tierra natal, que cuida con el respeto de un hijo que rinde culto a la más serena morriña. El museo reúne más de mil piezas de toda Galicia, que el coruñés ha recogido en sus viajes. “Es un homenaje a la memoria de mis antepasados”, afirma emocionado, mientras se prueba una botas que le regaló un pescador de Malpica.

Cuando el vino es poesía sutil
Juan Bouza y su esposa Socorro, 
con el Río de la Plata y la ciudad 
de Montevideo a sus espaldas.
(Ignacio Naón, 2009)
La joven bodega crece con una premisa fundamental. La pequeña escala ofrece siempre mejores resultados. En la tarea convive el espíritu fundacional de Numa Pesquera, pionero de la agroindustria nacional, con el talento de Juan Bouza Martínez, el coruñés que lideró emprendimientos memorables.
En su tierra natal Bouza fue mecánico tornero por obligación y músico por vocación. Mientras trabajaba en el astillero ferrolés de Astano, tocaba el trombón en su mínima aldea de Cadabas, de no más de cinco casas, todas de piedra. Su orquesta hizo historia a mediados del siglo anterior, con sus rumbas, boleros y merengues. 
Aunque tenía un buen empleo y mucho éxito artístico, en 1955 emigró a Montevideo, alentado por fantasías sobre una avenida 18 de Julio ancha como el mar, donde los billetes se encontraban en la vereda. Vino con su esposa, Socorro López, ferrolesa de Neda. Juntos, se enteraron que eran irreales las promesas de dinero fácil. Aún así se quedó en la capital uruguaya, trabajando en una tornería. Desde allí se fue a la fábrica de pastas de un tío abuelo de Socorro, que le permitió abrir su propio negocio en Las Piedras. Con su talento, su empresa fue líder en la producción de alimentos envasados: La Sibarita. Cuando la vendió, en 1996, tenía más de 300 empleados y exportaba a cinco países. “Traje mi carné de músico, pero entre la burocracia y el trabajo jamás pude tocar el trombón como profesional”, evoca con cierta nostalgia.
En su honor, y en el de tantos emprendedores, su hijo el viticultor, Juan Bouza López, plantó albariñas que pronto fueron cuatro o cinco mil botellas, por año. Un vino gallego, elogiado hasta por el ex presidente autonómico, Manuel Fraga Iribarne. Cuentan que el hábil político de Lugo, una noche, se cruzó en una fiesta con Juan padre. El diálogo entre ambos, al parecer, fue memorable:
–¿Cómo conseguiste la albariña? –fue la duda de Fraga Iribarne.
–¡Pues, que yo también soy gallego! –fue la respuesta del coruñés, que  forma parte de la leyenda familiar de Bouza Bodega Boutique.

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