lunes, 13 de abril de 2015

Cuando Eduardo Galeano reflexionó (una vez más) sobre el deporte más popular del mundo, el mito de Maracaná y su pasión por Nacional

Cerrado por fútbol

Eduardo Galeano en la Feria
del Libro de Madrid, 2008.
El escritor uruguayo, autor de Las venas abiertas de América Latina y El fútbol a sol y sombra, entre tantas obras, era un autoproclamado fanático del juego al que siempre defendió de quienes lo señalan como “opio moderno de los pueblos”. –¡Es una estupidez! –afirmaba. Fervoroso hincha de Nacional de Montevideo –aunque jamás enemigo de su archirrival Peñarol– describía el renacimiento de la selección uruguaya como “el éxito del fútbol solidario, todos para uno, uno para todos, que recuperó la alegría de jugar juntos". En marzo de 2014 Eduardo Galeano anunciaba lo que luego que cumplió, sin falsos preconceptos intelectuales: en las semanas que duró el Mundial de Brasil colocó un cartel en la puerta de su casa del barrio Malvín: “Cerrado por fútbol.” 

Sobre la base de la entrevista publicada en la revista Ábaco N° 76-77, Fútbol, pasión y negocio, Gijón, España, marzo de 2014.

Cuéntenos sobre algunos de sus recursos literarios aplicados a las historias de fútbol.
En su mayoría son textos cortos, breves, que comienzan y terminan en el mismo párrafo o uno o dos más abajo. Juan Rulfo, amigo admirado y fraterno, me enseñó a escribir tachando. Nos conocimos hace muchos años, en su México, entre largas caminatas, charlas y silencios. Juan utilizaba lápices con la goma de borrar atrás, que me mostraba y me decía: “Se escribe con este lado –y señalaba la goma– más que con este –y señalaba el grafo–.” Luego fui creando mi estilo. Construyo mosaicos en baldositas pequeñas, de diversos colores, que van armando una historia grande. Cada texto minúsculo, chiquito, de esos que me gusta escribir, es el resultado de muchas tentativas. Cada historia terminada, es muy parecida a un gol.

¿El fútbol es un moderno opio de los pueblos?
Es la única religión sin ateos, lo dije alguna vez, muchos amigos todavía lo recuerdan, y lo agradezco. Es la pasión más popular que comparte el mundo; les guste o no les guste a quienes siguen todavía aferrados a los viejos prejuicios de izquierda y derecha. Para la derecha, el fútbol era la prueba de que los pobres piensan con los pies; y para la izquierda, era culpable de que el pueblo no pensara. Esa carga de prejuicio hizo que por décadas una pasión popular fuera denostada con insólita hipocresía, porque quienes la utilizaban como instrumento político también la descalificaban como fenómeno cultural. Todavía hay intelectuales que critican el fútbol como si un dios los hubiera señalado para decir cuáles son las alegrías permitidas y cuáles no. Todavía da vueltas por allí, una izquierda que no se ha enterado de que Stalin murió, que se arroga el derecho de decidir cuál alegría es legítima y cuál no. Para ellos, el fútbol era una alegría ilegítima, porque desviaba al pueblo de sus destinos revolucionarios. ¡Una estupidez total! Yo me siento profundamente de izquierda, y un apasionado del fútbol y a mucha honra, aunque siempre fui un gran “patadura” (término rioplatense que define a quien lo juega mal). Los uruguayos nacemos gritando un gol.

-Usted es un apasionado por Nacional, uno de los dos cuadros "grandes" de Uruguay, pero se reconoce como un hincha muy original: no odia a Peñarol, el "tradicional rival".
-Cuando era muy joven hice todo lo posible por detestarlos, pero como fanático "tricolor" (apodo histórico de Nacional) dejaba mucho que desear. Juan Alberto Schiaffino y Julio César Abbadie jugaban en el "otro" cuadro. El gran Pepe (Schiaffino) hacía unos pases increíbles, organizaba el juego como si observara el partido desde la Torre de los Homenajes del Estadio (Centenario). El Pardo (Abbadie) dominaba mágicamente la pelota sobre la línea blanca de cal y corría con botas de siete leguas, se hamacaba sin tocar a los rivales. No tuve más remedio que admirarlos, ¡hasta los aplaudí! Nunca consideré a Peñarol un "enemigo", apenas un rival imprescindible para que la gloria de mi cuadro fuera real. ¡Cómo odiar a nuestro alter ego, tan distinto, tan igual, tan necesario! 

¿Quién es el mejor jugador del mundo?
Lionel Messi, sin dudas, porque es el único que lleva la pelota “dentro del pie”. Siempre se dijo que (Diego) Maradona la llevaba “atada”, pero Messi la tiene dentro del pie. Uno ve que lo persiguen 3, 5, 7 rivales para sacarle la pelota, y no hay manera. Muchas veces me pregunto qué lo hace inmarcable, y trato de responderme: porque buscan la pelota fuera del pie, pero está adentro. ¿Cómo puede caber una pelota adentro del pie? Es un fenómeno que no se entiende, pero es la verdad, él lleva la pelota dentro, no fuera. Messi posee un talento que nos hace soñar y amar.

El triunfo de Maracaná es un mito nacional uruguayo, la gran gesta colectiva de un país pequeño, sin guerras, ni héroes militares. ¿Qué le contaban sus protagonistas?
Hablé mucho con Obdulio Varela, el Gran Capitán del Mundial 1950. A pesar de haber sido el líder de la mayor hazaña futbolística de la historia era muy humilde, de pocas palabras, mínimas sobre él mismo. No se la creía, entonces, cuando contaba algo, decía la verdad. Un momento crucial del partido contra Brasil fue cuando él se puso la pelota abajo del brazo luego del 0–1. Le costó contarme esa historia entera, porque se emocionaba mucho. Se la fui sacando de a pedacitos. Uruguay ganó de atrás contra todo pronóstico y contra el local que era el favorito absoluto. Tenía todo armado para la victoria, cuando pasó una ráfaga Celeste. Obdulio fue el autor intelectual y emocional de la hazaña, por su carácter templado, su don de mando, y porque cuando Maracaná se transformó en un infierno, luego del gol de Friaça, se puso la pelota abajo de brazo y así se quedó varios minutos sin que el juez se animara a decirle: “Señor, mueva del medio de una vez”.

¿Cómo explica un narrador el actual renacimiento de la selección uruguaya?
La gloriosa Celeste sufrió el mal de la melancolía, que nos atacó fuerte y nos paralizó, aunque en las décadas de 1980 y 1990 nuestros equipos mayores (Nacional y Peñarol) seguían conquistando triunfos internacionales. Si aprendiéramos de la nostalgia, todo bien, pero no, nos refugiamos en ella cuando sentimos que nos abandona la esperanza. La esperanza exige audacia y la nostalgia no exige nada. El gran gestor de la revolución deportiva y social fue el técnico Oscar Washington Tabárez, cuando retornó a la selección a mediados de la década de 2000. En Uruguay muchos dicen que El Maestro formó un “Club de Amigos”, puede ser, pero más que amistad, lo que este equipo practica es la solidaridad. Todos para uno, uno para todos, que recuperó la alegría de jugar juntos. Así se gestaron los mayores triunfos uruguayos de todos los tiempos. Celebré como un muchachito el cuarto puesto en Sudáfrica, la Copa América de Argentina, y esta clasificación tan sufrida, que parecía que se nos escapaba. Me conmueve lo épico de cada logro, pero más la forma cómo se consiguieron, basada en la solidaridad. Esta es una seña de identidad de Tabárez.

-¿Uruguay le dará la revancha a Brasil, 64 años después, en el mismo Maracaná?
-No, es imposible, aunque los brasileños la deseen y la sueñen. Aquella gesta fue tan grande, tan inconmensurable, que jamás tendrá revancha. Podrán ganarnos, podrá ser en Maracaná, es probable, Brasil es un gran equipo y es local. Pero aquello ocurrió una sola vez, y es irrepetible.

-¿Que hará durante las semanas que dure la Copa Mundial de Brasil?
-Me gustaría acompañar a nuestra selección, aún no sé si podré, pero la voy a seguir con el amor incondicional de siempre, ¡esté donde esté! Lo que sí es seguro, que pondré en la puerta de mi casa el cartel que no alcancé a colocar en el Mundial Sudáfrica: “Cerrado por fútbol”.

Para que Uruguay fuera al Mundial le recé a dios y al diablo, y a todos los que pudieran hacer algo. ¡Parece que me escucharon!”

Negro Jefe
Había sido el capitán de la huelga de jugadores de 1948, que duró siete meses. Los jugadores uruguayos exigían que se les reconociera el derecho a organizarse sindicalmente como trabajadores. Tuvieron apoyo popular porque en Uruguay un domingo sin fútbol es grave, pero 30 fines de semana era impensado. Sin embargo sobrevivieron. Obdulio Varela, el Negro Jefe, templó su carácter de capitán en la lucha sindical.”

En sueños, muchas veces fui el mejor jugador uruguayo, a veces del mundo, un Héctor Scarone o un Juan Alberto Schiaffino, ¡pero sólo mientras dormía!”

Tudo foi por Obdulio”
El Negro Jefe fue la estrella de la victoria de Maracaná, de quien todos hablaban, pero que pocos conocían. La misma noche del 16 de julio se escapó de la concentración, cuando todos celebraban. Se cubrió con un amplio impermeable, se escapó disfrazado de Humpfrey Bogart, la gran estrella cinematográfica del momento. Salió por una puerta trasera, nadie lo vio.
Lo llamaban Vinacho, porque su droga de era el vino. Pero en las cantinas brasileñas bebió cerveza. Se puso a tomar con otros, como uno más, y encontró a la gente llorando. Eran los restos de un animal rugiente, de doscientas mil cabezas, la mayor cantidad jamás reunida en la historia del fútbol. Él los había odiado con todas sus fuerzas. Cuando los vio de a uno llorando la derrota sintió una pena tremenda. Y ellos decían: “tudo foi por Obdulio”, nadie lo reconoció. Y pensó: “cómo pude yo hacerles esa maldad, esta pobre gente.” Pasó toda la noche abrazado con sus vencidos. La historia fue esa.”

Eduardo Galeano fue uno de los intelectuales extranjeros incluidos en las "listas negras" de la última dictadura argentina (1976-1983). Figuraba como “Fórmula 4”, de máxima peligrosidad, junto con los escritores Julio Cortázar, Tomás Eloy Martínez, Osvaldo Bayer y David Viñas.

Crónicas de Maracaná
Siete países americanos y seis naciones europeas, recién resurgidas de los escombros, participaron en el torneo brasileño. La FIFA prohibió que jugara Alemania. Por primera vez, Inglaterra se hizo presente en el campeonato mundial. Brasil y Uruguay disputaron la final en el Estadio Mario Filho de Río de Janeiro, el más grande del mundo, ubicado en el barrio de Maracaná.
Brasil era una fija, la final era una fiesta. Los jugadores brasileños, que venían aplastando a todos sus rivales de goleada en goleada, recibieron en la víspera, relojes de oro que al dorso decían: Para los campeones del mundo. Las primeras páginas de los diarios se habían impreso por anticipado, ya estaba armado el inmenso carruaje de carnaval que iba a encabezar los festejos, ya se había vendido medio millón de camisetas con grandes letreros que celebraban la victoria inevitable.
Cuando el brasileño Friaça convirtió el primer gol, un trueno de doscientos mil gritos y muchos cohetes sacudió al monumental estadio. Pero después Schiaffino clavó el gol del empate y un tiro cruzado de Ghiggia otorgó el campeonato a Uruguay, que acabó ganando 2 a 1. Cuando llegó el gol de Ghiggia, estalló el silencio en Maracaná, el más estrepitoso silencio de la historia del fútbol, y Ary Barroso, el músico autor de Aquarela do Brasil, que estaba transmitiendo el partido a todo el país, decidió abandonar para siempre el oficio de relator de fútbol.
Después del pitazo final, los comentaristas brasileños definieron la derrota como la peor tragedia de la historia de Brasil. Jules Rimet deambulaba por el campo, perdido, abrazado a la copa que llevaba su nombre. "Me encontré solo, con la copa en mis brazos y sin saber qué hacer. Terminé por descubrir al capitán uruguayo, Obdulio Varela, y se la entregué casi a escondidas. Le estreché la mano sin decir ni una palabra", solía evocar el histórico presidente de FIFA, unas cuantas décadas después.
En el bolsillo, Rimet tenía el discurso que había escrito en homenaje al campeón brasileño.
Uruguay se había impuesto limpiamente: la selección uruguaya cometió once faltas y la brasileña, 21. El tercer puesto fue para Suecia. El cuarto, para España. El brasileño Ademir encabezó la tabla de goleadores, con nueve tantos, seguido por el uruguayo Schiaffino, con seis, y el español Zarra, con cinco.”
Eduardo Galeano, en su libro El fútbol a sol y sombra, Siglo XXI Editores, Editorial Catálogos, Buenos Aires, 1995.

BRASIL 1:2 URUGUAY

Estadio: Maracaná, Río de Janeiro. Árbitro: George Reader (Inglaterra)

Uruguay:  Roque Máspoli, Matías González, Eusebio Tejera, Schubert Gambetta, Obdulio Varela, Víctor Rodríguez Andrade, Alcides Ghiggia, Julio Pérez, Oscar Omar Míguez, Juan Alberto Schiaffino y Ruben Morán. Director Técnico: Juan López.

Brasil: Barbosa, Augusto, Juvenal, Bauer, Danilo Alvim, Bigode, Friaça, Zizinho, Ademir, Jair e Chico. Director Técnico: Flávio Costa.

Goles: 47’ Friaça (Brasil), 66’ Schiaffino (Uruguay), 79’ Ghiggia (Uruguay).


Campeones del Mundo 1950
Alcides Ghiggia, Aníbal Paz, Carlos Romero, Ernesto Vidal, Eusebio Tejera, Héctor Vilches, Juan Burgueño, Juan Carlos González, Juan Alberto Schiaffino, Julio César Britos, Julio Pérez, Luis Rijo, Matías González, Obdulio Varela, Oscar Míguez, Rodolfo Pini, Roque Máspoli, Ruben Morán, Schubert Gambetta, Víctor Rodríguez Andrade, Washington Ortuño, William Martínez- Director Técnico: Juan López.


Eduardo Germán Hughes Galeano
"Nació en Montevideo el 3 de setiembre de 1940. En él conviven el periodismo, el ensayo y la narrativa, siendo ante todo un cronista de su tiempo, certero y valiente, que ha retratado con agudeza la sociedad contemporánea, penetrando en sus lacras y en sus fantasmas cotidianos. Lo periodístico vertebra su obra de manera prioritaria. De tal modo que no es posible escindir su labor literaria de su faceta como periodista comprometido.
A los 14 años entró en el mundo del periodismo, publicando dibujos que firmaba Gius, por la dificultosa pronunciación castellana de su primer apellido. Algún tiempo después empezó a publicar artículos, que firmó ya como Galeano. Desempeñó todo tipo de oficios: fue mensajero y dibujante, peón en una fábrica de insecticidas, cobrador, taquígrafo, cajero de banco, diagramador, editor y peregrino por los caminos de América.
En sus inicios fue redactor jefe del semanario Marcha (1960-64), publicación que durante décadas dio cobijo a las voces más interesantes de las letras uruguayas y que terminó siendo silenciada en 1974 por la dictadura. En el año 1964 Galeano era director del diario Época. En 1973 tuvo que exiliarse a Argentina en donde funda y dirige la revista literaria Crisis, en la que también destaca la labor del poeta Juan Gelman. En 1975 se instala en España. Publica en revistas españolas, colabora con una radio alemana y un canal de televisión mexicano.
Con Las venas abiertas de América Latina (1971), explicativo título, logró su obra más popular y citada, condenando la opresión de un continente a través de páginas brutalmente esclarecedoras que se sumergen en la amargura creciente y endémica de América Latina. Esta obra ha sido traducida a dieciocho idiomas y mereció encendidos elogios.
Junto al Galeano periodista empieza a aparecer el Galeano narrador que prolonga en sus obras su visión de América Latina. De la novela corta Los días siguientes (1963) a los relatos contenidos en Vagamundo (1973) pasan diez años pero se mantiene una misma percepción de las cosas. En Galeano el contexto político y social no puede eludirse y es el marco central en el que transitan sus historias. Días y noches de amor y de guerra (1978) se enmarca en los difíciles días de la dictadura en Argentina y Uruguay.
Con Memoria del fuego hay una recuperación del pasado indigenista. Esta obra narra la odisea de las dos Américas, centrándose en los hechos más cotidianos, componiendo una trilogía febril e incisiva, apoyada en la rigurosidad de las fuentes y en la que se entrecruzan crónicas históricas con pinceladas del presente, siempre en busca de un futuro más justo. De aquella trilogía histórica formaban parte Los nacimientos (1982), Las caras y las máscaras (1984) y El siglo del viento (1986).
Un año antes de la publicación de El siglo del viento y una vez terminada la dictadura uruguaya regresa a Montevideo. El propósito de Galeano en la década de 1990 sigue siendo el mismo: palpar la realidad para mostrarla en un libro. Como respiro, muestra su pasión por el fútbol y lo reivindica desde la literatura en un libro titulado El fútbol a sol y sombra (1995).
En Eduardo Galeano hay un compromiso constante con el ser humano y sobre todo una fidelidad a unas ideas que condenan el neoliberalismo y que siguen apostando por un socialismo real, no de andar por casa, y que de alguna forma recupere el pulso perdido, lejos del presente en el que el hombre es visto como una mercancía y en el que parece que no hay lugar para las utopías."
Biografía publicada en la página web Foro Rebelde (www.rebeldemule.org).

Eduardo Galeano regresó a Montevideo en 1985 -tras el fin de la dictadura militar uruguaya- y aquí siguió con su literatura y su periodismo, ambos muy políticos. Creó la editorial Del Chanchito y fue directivo la Fundación Mario Benedetti, así hasta su muerte, en la mañana del 13 de abril de 2015.

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